sábado, 1 de agosto de 2009

Un atardecer inesperado.

Contemplando el mar a lo lejos, se me acercó una gaviota. Mientras conversábamos me contó que alguna vez el Sol le había contado una historia...
La niña podía contemplarlo, podía conversar con el sin sentir algún dolor, era la primera humana capaz de mirarlo a los ojos...


Era tan blanca, me recordaba un viejo amor. Tenía los cabellos cobrizos, y su voz era tan dulce que nadie más la oía. Nos encontrábamos siempre a las seis de la tarde, no le gustaba el medio día, le dolía el cuello mirar hacia arriba, decía. Nunca pensé que los seres humanos guardaran tanto miedo e inseguridad en su alma, sin embargo, esta pequeña si no hubiera sido porque ella me confesó que pertenecía a esa raza, no le hubiese creído...era tan...sublime, tan distinta, pura, inefable. De ella no salía ni una gota de odio, no conocía la palabra miedo, ni la frase de dudosa protección "no hables con desconocidos", ella expelía un aroma de fresa intenso, alguna vez pensé que provenían de sus labios, tan rojos y opacos...le pregunte mil veces su nombre, las mil veces me respondía: el que te parezca apropiado...vaya respuesta. Todas las veces que charlamos debajo de ese naranjo, rogaba al tiempo terrestre que se detuviera, mas ni una palabra de su boca hubiese salido, al menos me contentaba mirarla eternamente. Supe tantas verdades como mentiras, no tenía idea que era tan útil para ellos, ni imaginaba que pasaría si algún día se acabase mi combustible. No creía que yo también cumplía años, preguntaba inocentemente quién me hacía un pastel, quién me daba un regalo. Supuse que así celebraban ellos los cumpleaños, yo solo sabía que me significaba un año menos de vida. Tampoco creía que en una "vela" se invocaba mi luz, y que apagaban una por año cumplido.
Calculamos que, si ella quisiera regalarme un pastel su planeta no bastaría para colocar todas las velas. Triste me dio la espalda, sentí como si me hubiesen dado un golpe de agua, o de trist
eza como lo llamaría ella. La tranquilicé, no era posible ver otra expresión es su rostro que no fuera inocencia, alegría, sorpresa. Se dio vuelta, me preguntó algo que nunca he podido olvidar..."¿Te puedo abrazar?" Se me hinchó el corazón, mi núcleo quería explotar, nadie me lo había preguntado, ni insinuado, era un gesto que siempre vi en los humanos y la curiosidad por sentir uno a veces inundaba mis pensamientos. Ahora lo tenía frente a mí, en una propuesta ingenua, arriesgada y valiente, ella no sabía que se trataba de un abrazo fatal, ella no sabía que yo no podía tocar siquiera una estrella. Mas me lo ofrecía y el SÍ llenaba mis respuestas...la miré con miedo, mis ojos revelaban lo que pensaba, ella sabía leer las señales de mis rayos...
"No te preocupes, no tengo miedo, sé que todos en esta tierra quieren un Sol , pero el miedo los encarcela, los enjaula, y los mantiene en una dimensión común. Yo me atrevo a abr
azarte, se que no me quemaré abre tus brazos querido"...Y mas tarde comprendí que su nombre era atardecer. Cada vez que ella me abraza...sus cabellos se extienden por el azul del cielo. Y por primera vez sentí amor”



Y con su voz aguda la gaviota, se despedía agitando sus alas para que las preguntas ingresaran a mi cabeza, y no solo las preguntas, si no tú, como un Sol inesperado.